NATURALEZA DESDE SIGÜENZA

Una visión de la naturaleza de Sigüenza y su comarca por Javier Munilla

martes, 10 de septiembre de 2019

CAGAMANGOS


Con el protagonista de este artículo terminamos la conocida como la

 “Trilogía de los Pájaros Reyes de la Espesura”.

Nuestro protagonista es posiblemente una de las aves que más acepta la presencia del ser humano y por ese motivo es conocida con muchos y diversos nombres, dependiendo de las distintas regiones de la Península Ibérica, como cagamangos, pipirroyo, txantxangorri, raitán, pichi, pelisque, paporrubio, etc…, pero es conocida por todos los aficionados a las aves como Petirrojo europeo (Erithacus rubecula).


Joaquín Araujo en sus pequeños poemas llamados “Naturismos” nos describe a nuestro pequeño protagonista de la siguiente manera:

“Pocas músicas como la suya, 
capaz de calentar incluso el aire más frío.
En invierno estos pájaros crepitan”

El petirrojo es un pequeño pájaro de alrededor de 15 cm de constitución rechoncha. No existe diferencia de plumaje entre machos y hembras, pero sobre todo destaca en su plumaje una amplia mancha anaranjada que se extiende por cara, garganta y pecho, bordeada por una irregular y sutil banda gris. En el resto del plumaje domina el color pardo verdoso del dorso y las alas, el vientre es de color blanco sucio. Los jóvenes antes de la primera muda, que suele suceder a finales del verano, muestran un plumaje pardo, con casi todas sus plumas punteadas en su extremo con motas amarillentas. 


Un estudio del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), publicado en “The International Journal of Avian Science” ha descubierto que el plumaje que los petirrojos exhiben en su pecho aporta información sobre su edad y su sexo. El estudio revela que los machos de más edad presentan mayor cantidad de plumas y más rojizas. El investigador del CSIC en la Estación Biológica de Doñana que ha liderado el trabajo, Roger Jovani, explica: “Después de más de seis décadas, aún tenemos una comprensión muy limitada de la importancia de la información que los petirrojos pueden comunicar con sus pechos rojos”.
El estudio destaca que el cambio de plumaje que experimentaron los petirrojos en su segundo verano manifestó que el tamaño de la mancha de plumas naranjas de su pecho se había incrementado tanto en machos como en hembras. Y las de los machos eran más grande que las hembras. A través de modelos informáticos, los investigadores tomaron imágenes del pecho de los petirrojos y estas imágenes demostraron que la línea gris, que también crece con la edad y acentúa el perímetro del pecho rojo.

El petirrojo era un ave que habitaba los bosques caducifolios húmedos europeos y que con el paso del tiempo se ha adaptado de forma increíble a los cambios que el ser humano a introducido en la naturaleza y, por este motivo, su hábitat se ha extendido a todo tipo de bosque, zonas cultivadas, parques y jardines; es decir, al igual que el gorrión común o la paloma cimarrona se ha acostumbrado a convivir con los seres humanos.



Podemos observarlo habitualmente por el suelo en busca de insectos y en muchas ocasiones sube a las ramas altas de los árboles para emitir su canto. Y aunque no lo parece es un pájaro muy agresivo y territorial, no solo con otros petirrojos sino con cualquier ave, durante todo el año. Solemos observar a los petirrojos casi siempre solos, esto se debe a que ver a dos petirrojos juntos fuera de la época de celo, sólo puede ser motivo de una disputa inminente. De hecho, cuando finaliza la cría, a finales de septiembre, la pareja se separa y los jóvenes se dispersan, empujados por la presión territorial que sus mismos padres ejercen contra ellos. Al igual que ocurre con los miembros de la pareja que después del periodo de cría, al llegar el otoño, las parejas reproductoras se separan y tanto el macho como la hembra toman posesión de su territorio y lo defienden de forma agresiva de la que hasta hace poco era su pareja, sus crías y del resto de aves. Por este motivo cuando llega el otoño son los petirrojos con sus cantos territoriales los que alegran los bosques, sotos y parques.

La fiereza con que defienden sus territorios es conocida desde tiempos remotos ya en el siglo III a.C. el griego Zenódoto de Éfeso escribía: "unicum arbustum haud alit duos erithacus", que podemos traducir como "un único arbusto no alberga a dos petirrojos” mostrando ese carácter territorial de estas aves. También es conocido por todos los aficionados a las aves el experimento del ornitólogo y biólogo inglés David Lack,el cual observo que si construía un penacho de plumas rojas, lo sujetaba a un palo y lo acercaba a un lugar frecuentado por un petirrojo, el penacho sufría el ataque colérico del ave y el ataque no se detenía hasta acabar con el penacho desecho.


El pecho anaranjado también es empleado como señal que aviso, junto a sus trinos, al intruso que ha penetrado en su territorio. Si éste persiste en quedarse, el dueño del territorio se acercará al intruso y adoptará posturas de amenaza consistentes en exhibir la mancha roja en toda su amplitud. Ante tal demostración o el entrometido huye o se llega al combate por el territorio.

El canto es muy complejo y melodioso. Podemos disfrutarlo durante todo el día, aunque con más intensidad por la mañana temprano, incluso antes del amanecer. Su canto es un claro aviso a todos los intrusos que se atreven a acercarse a su territorio.

Es durante finales de febrero o primeros de marzo cuando se forman las parejas. Para la formación de las parejas las hembras abandonan su territorio y se introducen en los territorios de los machos, en esta época y sin que sirva de precedente el macho espera en su territorio la llegada de la hembra. La hembra al principio permanece en el límite del territorio del macho, posada en algún arbusto o rama baja. En ese momento la hembra comienza a emitir un tímido gorgojeo, el macho contesta y realiza algunas posturas de intimidación, como haría con cualquier otro macho. Este proceso dura varios minutos, alternándose cantos y amenazas por parte de ambos, hasta que llega un momento en que el macho abandona su conducta agresiva y permite que la hembra entre en su territorio. Una vez que la pareja está formada, macho y hembra se desentienden el uno del otro durante varios días, en los que únicamente comparten territorio. Pasado esos días la hembra comienza a construir el nido y esa es la señal para iniciar las cópulas que continuaran hasta a puesta.

Por lo general en nuestra comarca efectúan dos puestas, dependiendo de la climatología suele comenzar a criar en abril y finaliza en julio o principios de agosto. Instala el nido cerca del suelo, en oquedades naturales o en la base de arbustos o árboles, su nido está formado por mucha hojarasca, hierbas y musgos, con el interior tapizado de raicillas muy finas, pelo y plumas. La hembra pone de cuatro a seis huevos de color blanco azulado y con motas oscuras. La incubación es exclusiva de la hembra y dura aproximadamente dos semanas. Durante todo el tiempo que la hembra permanece en el nido el macho alimenta a la hembra y a los pollos recién nacidos, ya que la hembra permanecerá en el nido un tiempo después de la eclosión para ofrecer protección y calor a sus crías recién nacidas. Pocos días después de la eclosión, ambos padres cuidan y alimentan a los pollos durante otras dos semanas. Es curioso que el macho sigue prestando atención a sus crías, aunque la hembra haya iniciado la segunda puesta.

Se trata de un ave típicamente insectívora, que consume hormigas, escarabajos y arañas. En otoño e invierno completa su dieta con frutos de zarza, saúcos, escaramujos, acebos, majuelos, etc..; incluso puede alimentarse de bellotas partidas por trepadores azules y carboneros comunes.



Las poblaciones reproductoras españolas se asignan a la subespecie rubecula. No obstante, se aprecia una disminución gradual en el tamaño corporal de norte a sur, de modo que las poblaciones septentrionales se han relacionado con la subespecie británica melophilus, y las meridionales se han descrito como pertenecientes a witherbyi e hispanica. Además, en las islas Canarias se admite la presencia de dos formas: en Tenerife y Gran Canaria habita la subespecie endémica superbus, mientras que en La Palma, La Gomera y El Hierro vive rubecula.

El petirrojo tiene un comportamiento sedentario o migrador, según el territorio donde habite. Las poblaciones del norte de Europa son migradoras totales, mientras que las poblaciones de las islas atlánticas, Europa occidental y el norte de África son sedentarias, aunque también experimentan movimientos migratorios cercanos; por ejemplo, las instaladas en los bosques de altas montañas descienden a cotas más bajas en invierno. En nuestra comarca los petirrojos son sedentarios.

Como otras muchas especies insectívoras, este pájaro se está viendo afectado por la generalización de los tratamientos químicos en campos y huertos, así como por la deforestación.

Fue el naturalista sueco Carlos Linneo quien en el S. XVIII en su obra “Systema Naturae” lo definió como Motacilla rubecula, suponemos que, por su forma de moverse, pero su clasificación definitiva llego en 1800 de la mano del naturalista francés George Cuvier que lo estableció dentro del género Erithacus dando lugar a su nombre actual, Erithacus rubecula

Su nombre latino proviene de Erithacus: “Que mudan la forma y el color” y Ruber: “Rojo, bermejo, encendido”. Podemos decir que su nombre en latín significa que cambia de color al rojo, lo cual es cierto porque como hemos visto con anterioridad las crías son pardas moteadas y hasta la primera muda no aparece la conocida mancha anaranjada en el pecho de los petirrojos.

Cría de petirrojo

En Inglaterra, donde el petirrojo es considerado el pájaro nacional, es protagonista de un gran número de postales navideñas porque una tradición atávica de los británicos nos dice que cuando una persona se encontraba un petirrojo cerca de su casa era señal de que en breve recibirían noticias de sus familiares marineros embarcados allende los mares. 



Y por ese motivo el petirrojo se convirtió en el pájaro de las noticias y quizás por este motivo los carteros británicos en la época victoriana llevaban un uniforme rojo y se los apodaba “Robin” que es el nombre del petirrojo en inglés.


Como hemos comentado anteriormente el petirrojo se adaptó a vivir en vecindad con los seres humanos y por ese motivo es protagonista de una gran cantidad de leyendas muchas de ellas relacionadas con la religión católica y otras muchas paganas.

Una de las más curiosas es la creencia popular, sobre todo entre los pueblos británicos, atorga al petirrojo la virtud de la piedad, ya que consideran al petirrojo un pájaro piadoso porque creen que cubre de hojas y musgo a los cadáveres.

Como ya he dicho son muchas y diversas las leyendas sobre el petirrojo, esta primera esta vinculada al nacimiento de Jesucristo.

Jesús acababa de nacer, era de noche y hacía mucho frío. El pesebre donde María y José se refugiaron no tenía puerta, de vez en cuando entraban unas ráfagas de viento heladas que enfriaban al pequeño que dormía en su cuna. María estaba tendida a su lado dando calor al niño mientras José había salido en busca de algo de comida para que María se repusiera del esfuerzo del parto. 

Al lado de María y del pequeño, había una pequeña hoguera, y apenas quedaba lumbre por lo que estaba a punto de apagarse. Entonces María le pidió al buey que le ayudara a avivar las llamas, pero el animal estaba tan dormido, que no se enteró.

Inmediatamente se dirige a la mula: ¡Ayúdame a dar vida al fuego! Pero la mula está agotada y apenas tiene fuerza para levantarse. 

Cerca merodeaba un gallo al cual rogó que le ayudara, por eso de que los gallos son madrugadores. Pero el gallo estaba de rondando a las gallinas cantando con todas sus fuerzas y nada escuchó. 

María, muy triste, temía por el recién nacido ya que el frío era intenso. Entonces, escuchó el alegre trino de un pájaro. El sonido provenía de un pequeño nido que había en una esquina del pesebre. Del nido salió un pequeño pajarito y voló hasta donde estaba el fuego y comenzó a aletear con tanta fuerza, que el fuego comenzó a avivarse. Pero como solo quedaban tizones, el generoso aleteo no era suficiente, así que el pajarito voló hasta su nido y empezó a llevar las ramitas que lo formaban hasta el fuego. Desarmó todo el nido para poder avivar más y más la pequeña hoguera. Las llamas comenzaron a cobrar vida y eran ahora tan fuertes, que el pajarito se quemó el pecho. Pero a pesar del dolor, continuó aleteando para que el niño pudiera dormir calentito.

Al ver que el pajarito se había quemado el pecho y desmantelado su nido, María lo bendijo y le llamo Petirrojo, que significa 'pecho rojo'.


Una leyenda vasca nos cuenta que dos genios malignos Etsai, el Diablo, y Ieltxu, genio que esconde en la noche y desorienta a las personas con los reflejos de la Luna, decidieron tapar el Sol con sus fétidos alientos y todo se comenzó a helar. Los hombres y animales empezaron a huir ya que el avance de los hielos era imperioso y morirían de frío.

Entonces un pequeño pájaro arriesgó su vida para intentar salvar la vida de las demás criaturas que habitaban la Tierra. Mientras los malvados genios soplaban para ocultar el Sol, esta ave comenzó a cantar y molestar a Etsai. Volaba a su alrededor y piaba fuertemente, hasta que lo importunó tanto, que montó en cólera, y dejando de lado su tarea, la emprendió contra el pájaro a grandes zarpazos. Esto no acobardó al pajarito y notando que su actividad surtía efecto, cada vez se acercaba más. Etsai estaba furioso y nuestra ave estaba agotada y se movía muy lentamente, hasta que Etsai le asestó un golpe en el pecho, dejándole una profunda herida.

Pero para entonces, los hombres habían avisado a Amalur, la madre Tierra, que desató una gran tempestad y sus terribles vientos eliminaron los vapores de aliento de Ieltxu y Etsai, permitiendo que pasase nuevamente el Sol. La Tierra volvió a calentarse y los hielos fueron desapareciendo todos lugares, menos de los polos para que los hombres recordaran que el mal siempre está intentando destruir lo bueno, y se debe estar atento.

Pero que paso con el pobre pajarito que combatió a los genios malignos. Ocurrió que Amalur lo sanó, pero le dejó en el pecho coloreado a modo de medalla por su valor y para recordarle a los seres humanos que, hasta el más pequeño de los seres, puede luchar hasta lograr la victoria aún que le cueste su propia vida.

Desde entonces, a esta valiente avecilla, se le llamó Petxirrojo o Petirrojo.


Otra leyenda relacionada con la Creación Divina y la muerte de Jesucristo nos narra como el petirrojo consiguió sus plumas coloreadas:

Andaba Dios sentado en su trono, crea que te crea, animándolo todo con su hálito, y al final del quinto día se le ocurrió crear un pequeño pajarillo gris.

¡Te llamaras Petirrojo!, dijo Dios al pajarillo, cuando lo tuvo terminado. Y colocándolo sobre la palma de la mano, lo dejó volar. Y cuando el pajarillo hubo revoloteado durante un rato, contemplando la hermosa tierra donde tenía que vivir, le entraron ganas de contemplarse a sí mismo. Entonces observó que era completamente gris, y su pecho, por consiguiente, del mismo color que el resto de su cuerpo. El petirrojo se volvía y revolvía, mirando su reflejo en el agua en busca de sus plumas rojas, pero todo esfuerzo era en vano ya que no puseia ni una sola pluma roja. 

Entonces el pajarillo volvió presto junto a Dios y trazando círculos a su alrededor, se fue acercando más y más, hasta que se posó en su mano. Entonces Dios le pregunto qué deseaba.

El pajarillo contestó: “¿Quería saber por qué, me llamo petirrojo si desde el pico a la punta de la cola soy completamente gris?”.

Dios se limitó a sonreír amablemente, y dijo: “Te he llamado petirrojo, y petirrojo te llamarás, pero tú mismo tienes que proceder a ganarte las plumas rojas del pecho.”

Dios alzó la mano y nuevamente lo envió al mundo. El pajarillo voló pensativo por el Paraíso. ¿Cómo iba, un pajarillo tan pequeño como él, a ganarse las plumas encarnadas? De lo único de que se vio capaz fue de elegir su nido en un zarzal. Entre las espinas del tupido arbusto edificó su nido. 

Había transcurrido mucho, mucho, tiempo desde el día que Adan y Eva fueron expulsados del paraíso por desobedecer el mandato que Dios al hombre: “Puedes comer de todos los árboles del jardín hasta quedar satisfecho. Pero no debes comer del árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo, porque el día en que comas de él sin falta morirás”.

Desde entonces hombres y animales se diseminaron por el mundo. Una mañana se hallaba posado el petirrojo junto a su nido en una zarza en una colina pelada, en las cercanías de la ciudad de Jerusalén. El petirrojo trinaba a sus pequeños lo que había sucedido el día de la creación y les cantaba la distribución de nombres, como venían haciéndolo todos los petirrojos desde aquel día a cada nueva generación de petirrojos.

“Ya veis mis pequeños, tantos años transcurridos desde el día de la creación, tantos pajarillos salidos del huevo, tantos que nadie podría contarlos y, sin embargo, los petirrojos seguimos siendo grises. Todavía no hemos conseguido ganarnos las plumas carmesíes.”

Los pequeñuelos abrieron desmesuradamente sus piquitos y preguntaron si sus antepasados no se habían esforzado en realizar algún hecho heroico para conseguir la conquista del precioso color encarnado.

“Todos hemos hecho lo que hemos podido, cantó el pajarillo, pero ninguno de nosotros ha tenido éxito alguno.” Pensó el primer petirrojo cuando formo su primera pareja: “Ahora lo comprendo todo. Dios cree que debo amar con tal ardor que la llama amorosa sea capaz de teñir el plumaje de mi pecho”. Pero no lo consiguió, como después, de él tampoco lo consiguió ninguno, ni tampoco vosotros lo conseguiréis.

Los recién nacidos pajarillos gorjearon afligidos, al pensar que jamás el color rojo teñiría las plumitas de su pecho. El petirrojo adulto les siguió cantando que: “También habían confiado en su canto, ya el primer petirrojo cantaba tan bien, que su pecho se llenaba de entusiasmo y esperanza. Y pensó que las plumas de su pecho se teñirán por la energía de su canto”. Pero tampoco lo consiguió, como ninguno lo ha conseguido, ni tampoco vosotros lo conseguiréis.

“Confiamos, además, en nuestro atrevimiento y  valentía, ya el primer petirrojo luchó como un valiente con otros pájaros y su pecho ardía de entusiasmo belicoso. Las plumas de su pecho se tiñeron de rojo en el ardor de la batalla; pero en cuanto se lavo en un arroyo el rojo desaparecio de su pecho y no lo consiguió después ninguno, ni vosotros lo conseguiréis”.

Los pequeños gorgojearon llenos de confianza y prometieron que tratarían de alcanzar el anhelado premio; pero el pájaro adulto les respondió afligido que aquello era imposible. ¿Cómo iban a alcanzarlo, si otros antepasados no habían podido conseguirlo? ¿Qué más podrían hacer ellos que amar, cantar y batallar? ¿Qué iban a ...?

Pero el pájaro no acabó su frase, pues por la puerta de Jerusalén se acercaba una multitud hacia la colina donde se hallaba su nido. Se acercaban soldados con largas lanzas, clavos y martillos; sacerdotes y jueces avanzaban con paso solemne, mujeres que sollozaban y, tras todos ellos, una masa del pueblo llano que bailaban y chillaban.

El pajarillo gris se hallaba tímido, al borde de su nido. A cada momento temía que aplastarán el débil zarzal en que se refugiaba y que matarán a sus pequeños.

“Tened cuidado, trinó para prevenir a sus crías. Apretaos unos contra otros y callar. Cuidado, que llega un soldado con sandalias claveteadas y por allí avanza toda la horda salvaje de gente”.

De pronto, el pajarillo detuvo sus exclamaciones, se quedó mudo e inmóvil, olvidando casi el peligro en que, se hallaban y, finalmente, se metió en el nido y extendió las alas sobre los pequeños. “¡No, esto es demasiado terrible! Van a crucificar tres malhechores”. Y extendió sus alas para que sus polluelos no pudieran verlo. Sólo percibieron atronadores martillazos, lamentos y el barullo del populacho furibundo. El petirrojo siguió con la vista el horrible espectáculo y sus ojos se dilataron por el espanto. No podía apartar su vista de los tres desdichados.

“Cuán crueles son los hombres. No les basta con clavar en la cruz a esos tres seres, sino que, además, le han puesto a uno de ellos corona de espinas. Veo claramente manar sangre de su frente herida por la corona. Y ese hombre mira tan dulcemente, que todo el mundo debiera amarle. La vista de sus martirios me traspasa el corazón con una flecha”.

La pena del petirrojo por el ajusticiado que llevaba la corona de espinas fue creciendo por momentos. “Si yo fuera águila arrancaría los clavos que perforan sus manos y con mis fuertes garras ahuyentaría a todos sus verdugos”.

El petirrojo vio como la sangre goteaba de la frente del crucificado, y no pudo permanecer más tiempo quieto. “Aunque soy pequeño y débil, es preciso que haga algo por ese pobre hombre”.

Abandonó su nido y voló por los aires trazando amplios círculos, dio varias vueltas en torno al crucificado sin acercarse a él, pues era tan tímido que nunca había osado aproximarse a las personas. Pero, poco a poco, fue acercándose hasta llegar a la cruz y con su menudo pico sacó una de las espinas de la frente del crucificado. Y mientras hacía esto le salpicó una gota de sangre en el pecho, tiñendo de color rojo el delicado plumaje de su garganta.
El crucificado abrió los labios y susurró al pajarillo: “En premio a tu piedad has merecido lo que toda tu estirpe viene anhelando desde el día de la creación”.

Cuando el pajarillo volvió a su nido, le gorjearon sus pequeños: “Tu pecho es rojo, las plumas de tu garganta son más rojas que las rosas”.

“Esto no es más que una gota de sangre de la frente de ese pobre hombre. Desaparecerá en cuanto me bañe en un arroyo o en una fuente”, dijo el petirrojo adulto.

Pero por más que el pajarillo se sumergió y lavo en el agua, el color ya nunca se borró de su pecho, y cuando sus pequeños crecieron y mudaron por primera vez sus plumas brilló la mancha roja en las plumas de sus pechos, tal como brilla aún hoy día en el pecho de todo petirrojo.


Es muy curioso que en casi todas las leyendas e incluso en el propio nombre de nuestro protagonista el color de la mancha se identifique como roja cuando es en realidad anaranjada.

Para finalizar una última creencia que se daba antiguamente en Navarra y consistía en creer que si en las noches de luna llena durante la época de cría del petirrojo, este se presentaba en la ventana de una casa era señal de que una desgracia iba a ocurrir a los miembros de esa casa o a sus familiares cercanos.

Baldosin decorativo del "Alfar del Monte" de Pozancos

Pero supongo que alguno de los lectores se estará preguntando por que llaman al petirrojo en muchos lugares "cagamangos". La razón es porque como se ha acostumbrado tanto a convivir con los humanos y, por tanto, frecuenta habitualmente jardines y huertas, normalmente toma como posadero los mangos de azadas, rastrillos u otras herramientas. Y como es normal en cualquier posadero de aves estos mangos terminan manchados de los excrementos de estas melodiosas avecillas.


Espero que disfrutéis de la presencia y el canto de este pequeño amigo tan próximo.

Preciosa taza regalo de mi buena amiga Vanessa












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